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María Eugenia Reyes Lindo

VIAJAR EN TREN Y LOS AGUJEROS EN EL TIEMPO (23 de Agosto 2018)

Me encanta viajar en tren, su movimiento uniforme va meciéndome y me canta una nana constante con el roce de la vía. Cuando viajo sola pierdo la noción del tiempo, y no es sólo porque se dormita de vez en cuando sino porque en esos viajes de más de 12 horas el tiempo no existe. Ir solos en tren, como vivir en una cueva, es vivir temporalmente fuera del tiempo.

No existe el tiempo cuando no hay relaciones humanas, porque son las conversaciones, el intercambio, la familia, los amigos, incluso algún desconocido interesante, los que nos anclan a los minutos, los que nos hacen tener memoria, lo único además que nos hace no perdernos como Don Quijote en nuestra locura, en nuestras preocupaciones, nuestro trabajo, nuestro mundo interior, de donde no podríamos salir sin la ayuda de alguien ajeno a nosotros, porque ya no sabríamos qué es verdad y qué es una construcción de nuestra mente.

Es nuestra experiencia con otros al fin y al cabo la que mide el paso del tiempo. Es lo que hace que la vida transcurra en un antes y un después, una linealidad que va desde con quién hemos estado hasta con quién vamos a estar. Son ellos los hitos luminosos que nos hacen menos contingentes, que nos hacen más reales, más verdad, porque dotan nuestra existencia de un porqué y un cómo, y es el cariño, el amor, en última instancia, el que le da sentido a nuestra historia personal.

Y cuando esto falta, sin otros, la vida no es vida, es sólo una burbuja atemporal donde se mezclan paisajes, paredes y soles en una amalgama ausente de nuestra propia identidad, porque somos puzzles hechos con las piezas de otros.

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