A veces recuerdo que yo me sabía los números de teléfono de todos mis amigos, los llamaba desde las cabinas en las calles y que tenia también un listín telefónico lleno de tachones.
Pienso muchas veces en las fotos de antes de la era digital, en todos esos rostros que lo fueron todo para mi y ya no son nada, en cuánto cambian las cosas, en cómo los años te enseñan a querer a la gente sabiendo en el fondo que mañana pueden no estar y así salvar tu corazón de una muerte segura. No quiere decir que los quiera menos sino que los quiero sabiéndolos muy otros, distintos de mí. Y así, mientras los números, los rostros, las palabras y las manos desfilan por nuestra memoria difuminándose sin remedio, de pronto un día, en una milésima de segundo, tienes una certeza de esas poéticas que vienen de otro mundo más que de este, en donde ves el presente y el futuro y ves que hay una o dos personas que ya a estas alturas de la vida no desfilarán, que estarán ahí para siempre, con una relación cambiante como lo es cada etapa de la vida, con sus soledades y sus hijos y sus noches oscuras y sus soles y los míos, que estaremos más cerca o más lejos queriéndonos lo mejor que podamos, con las armas que uno tenga en cada momento. Son aquellos que ¨te tocan la patata¨, los que la han trinchado hasta el fondo, y ellos son a la vez tu sal y tu vinagre. Aprendes a quererlos tan profundamente que nunca habías pensado que te doliesen tanto, empiezas a descubrir con obras la teoría de que verdaderamente no existe el amor sin dolor. Son aquellos que ponen la última palabra en nuestras frases, aquellos con quienes incluso nos entendemos mejor sin palabras de tan distintos que somos, aquellos que descubren las mil miradas que tenemos ocultas para el resto. Nuestros cómplices en la alegría, aquellos que nos duelen con gusto porque sabemos que al vinagre lo compensa la sal que traen a nuestras vidas, sólo así se entiende que vivamos el vértigo del precipicio, el riesgo de dejar ¨nuestra patata¨ en sus manos, arriesgando su tranquilidad a cada instante. Será que ya aprendimos que quien no arriesga tampoco gana.
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