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María Eugenia Reyes Lindo

LOS SUMILLERES, LAS MIRADAS Y EL DON DE LA EBRIEDAD.(30 de Septiembre 2018)

Siempre he dicho que no sé apreciar el buen vino, estoy aprendiendo con los años.

De una cosa sí me he dado cuenta desde el principio, cosa que es buena señal según los expertos: Me daba cuenta desde siempre que unos pasan suaves sin pena ni gloria, son agradables, te calientan levemente y bajan y reposan plácidamente en la boca del estómago. Otros dan dolor de cabeza, enseguida, directos, esos dicen que son los peores. Otros se quedan en la garganta, de ahí no pasan, son ardientes pero no profundizan. Y otros van al pecho, calientan como una bomba energética desde ese núcleo a todo tu ser.

Hay toda una escala de vinos peores y mejores y de todos ellos se aprenden con el tiempo sabores, matices, aromas, colores, es un placer para varios sentidos. A veces se tardan años en llegar a reconocer cada matiz de un buen vino y siempre puede sorprenderte.

Las personas son como el vino, cuanto más conoces a alguien más miradas le descubres: la mirada de ira, la de pedir perdón, la juguetona, la de decepción, la de pura ternura, la mirada fría, la de no me interesa, la de cuéntame más, la de ahora no, la de jamas pensé, la de te necesito... El número de miradas descubiertas va en proporción al cariño y a la confianza y al tiempo que pasamos juntos. El repertorio de miradas puede incluso parecer ilimitado, sobre todo si después de años aún aparece una que no conocías, entonces un miedo irracional mezclado con un soplo de esperanza se funden dentro de ti al pensar cómo es posible que quede aún algo por descubrir y la prueba gozosa de que siempre lo hay.

El vino puede hacernos creer que tenemos el mundo en nuestras manos y a través de las miradas comprobamos que ese otro tiene nuestro mundo en las suyas.

A través de las miradas nos hacemos plenamente conscientes del terrible poder que les hemos otorgado: el poder de destruirnos. Nos hacemos conscientes de nuestra fragilidad y al mismo tiempo, si es recíproco, del inmenso poder del que ellos también nos hacen responsables. Es un incalculable don de la ebriedad el que se nos ha dado, que nos hace a todos sumilleres para saber con maestría qué mirada brindar en cada ocasión.

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