Ha desaparecido aquel señor que llegaba lleno de lamparones y se sentaba en primera fila.
Al cabo de los años dejé de ver a aquel que ya tenía muletas cuando llegué yo y que luego iba en silla de ruedas.
Desaparecieron la señora trajeada de pelo blanco que elegía siempre la segunda fila y la mendiga sin dientes que nos esperaba en la puerta de la Capillita de Europa.
Han pasado once años y he visto desaparecer a muchos desconocidos.
Desconocidos habituales, que llegan a ser una extraña parte de ti, como los muebles de una casa acogedora que encuentras cambiada después de cada viaje. Y no puedo evitar pensar que algún día seré yo quien deje de estar, y dejaré un hueco en algún banco y acaso alguien me eche en falta con el tiempo, mientras se suceden las carreras en la plaza alborotada y los niños juegan a perseguir palomas.
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