[Este texto lo escribí en mi viaje a Sudáfrica pero la vida me ha enseñado que lo mismo ocurre aquí y ahora en cada uno de nosotros.]
La luz solo puede percibirse en la oscuridad.
Hasta en las casas cochambrosas de chapa en Alexandra, sin calles asfaltadas, los cláxones inagotables 24/7, las peluqueras callejeras y los vendedores de maíz, la inseguridad entre los suyos, la delincuencia y el alcoholismo... de esta oscuridad sale como un milagro inexplicable la luz de gente buena que aún quiere mirar por encima de las montañas de basura, que aspira no menos que a hacer su parte, enladrillar su casa, enfoscar las paredes y rezar para que algo cambie entre su gente y quieran y puedan cambiarlo todo. Ya no pueden cambiar que los abuelos negros piensen que los niños negros corrompen a los blancos, que es una abominación que estén mezclados en los colegios... pero para los
jóvenes aún hay esperanza. Sólo tienen que querer, como si eso fuera
cosa fácil.... no puede amarse lo que no se conoce. Por eso Sudáfrica
necesita personas luminosas salidas
de la oscuridad, de la misma oscuridad que comparten sus ciegos. Yo las he visto y he creído, he creído que pueden cambiar lo que toquen y lo que las hace poderosas es que ellas ni siquiera imaginan el poder que tienen.
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