A veces nos preguntamos qué le aportamos nosotros a es@ amig@ o novi@ que tuvimos y que significó tanto para nosotros, sobre todo a esa edad en la que un@ está descubriendo las cosas más importantes de la vida y que llegan de la mano de esa persona que, aun con sus defectos, ponemos en un pedestal insuperable, a veces objetivamente y otras veces con una subjetividad que se demuestra con los años.
En cualquier caso nos vemos poca cosa, pequeños, como si no estuviéramos a la altura de ser queridos porque tenemos la sensación de haber recibido mucho más de lo que hemos dado, no hablo de buenas intenciones ni de detalles, que seguramente hemos tenido, hablo de haber recibido cosas que son de un valor incalculable objetivamente, que han abierto nuevas puertas a nuestra vida, de presentar opciones, luces que antes no veíamos...la sensación de que nos han cortado las cadenas de la caverna de Platón, que hemos dejado de ver sólo sombras reflectadas en la pared y que, aunque esas sombras nos parecían la vida, una buena vida incluso, de repente hemos descubierto que LA VIDA estaba fuera, que las cosas tienen olores y colores y tres dimensiones y que lo de antes no puede compararse a lo de ahora, en definitiva, la certeza absoluta de que nuestra existencia ya no volverá a ser como era.
Cómo le pagamos a esa persona el bien que nos ha hecho de por vida. Y entonces surge la terrible pregunta: ¿qué le aporté yo a ella? ¿qué vio en mí para querer quererme?
Después de mucho darle vueltas he llegado a la conclusión de que por muy poco que pudiéramos aportar, como mínimo, le hemos brindado al otro la oportunidad de querernos, de enseñarle a querer, de salir de él para adecuarse a nosotros, de aprender a pedir perdón y a perdonar, de hacerle sentir quizás que alguien en el mundo le importa más que sí mismo, incluso si la cosa hubiera acabado muy mal le habríamos enseñado errores en los que no debería volver a caer, a resurgir de sus cenizas, a transformar el dolor para amar mejor la vez siguiente junto a otra persona... y entonces ya uno no se siente tan inútil, y aunque sea por defecto se da cuenta de que también dejó en el otro una huella de valor incalculable.
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