Sudáfrica no es África, es como "África para principiantes", una introducción a África. Es una especie de vida europea con el sabor africano en la gente y en el paisaje.
En la terraza de mi habitación cruza un pájaro pequeño y naranja. A media tarde oigo sonidos de animales que no conozco. Desde allí veo árboles que no había visto antes y la tormenta que anunciaban se va acercando, la veo al oeste con relámpagos y truenos secos y poderosos, ni gota de lluvia aún. Las tormentas aquí son temibles, dicen. Ante este paisaje ajeno todo me es extraño, todo me asombra y, como una obviedad de esas que asaltan de repente, me he dado cuenta de que la extraña soy yo.
No tengo derecho a exigir nada, tengo la obligación de adaptarme al cambio, a saber aceptar el agua que me deja el pelo tieso, artificial, que seca la piel como una tarde de viento del desierto, los horarios de comida, la luz del amanecer a las 4.30 de la madrugada y a que la estación húmeda sea en verano.
Como un símil de la vida misma me he dado cuenta de que a veces arrasamos en la vida de otros o en lo ya establecido exigiendo derechos, imponiendo cambios, resintiéndonos en silencio si no ocurren. Y no nos damos cuenta de que los extraños somos nosotros. Que huimos de la realidad para vivir en la queja de lo que podría ser. Pero la única vida amable, digna de ser amada, es la real y el único reflejo hermoso que nos devuelve la vida es el de eso que de verdad tenemos y lo que somos capaces de hacer con ello.
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