Voy andando por la calle y pasan como balas perdidas coches con alerones y su reguetón a todo volumen. Cuando el bum bum desaparece en la distancia me paro un momento en el remanso del silencio y me doy cuenta de esto: qué miedo si lo que penetra en el cerebro de un hombre o una mujer durante horas durante dias durante meses durante años es el contenido obsceno y explícito de esas letras sin alma. Me recuerda a los métodos de tortura recientes de lavado de cerebro, solo que esta vez lo hemos consentido, lo hemos abrazado y ha permeado voluntariamente toda nuestra vida. Ha cambiado nuestra forma de mirar, será imposible ya mirar a una mujer, mirar a un hombre sin despojarle de su ropa y llevarlo a la cama con la imaginación, será imposible bailar sin buscar la carne indistinta, será imposible amar por lo que somos. ¿Cómo podemos pedir respeto hacia el otro si nos hemos dejado lavar el cerebro con lo contrario? ¿Cómo podremos sobrevivir sin la belleza de saber mirar de otra manera? Hemos empezado la casa por el tejado en todo. El orden inverso de las relaciones en las series americanas de mi adolescencia ha venido para quedarse. Lo rápido, lo soez, lo superficial, el vacío, van ocupando como una sombra silenciosa todo lo que tocan, con apariencia de bondad. Igual que nadie se para ya a mirar un cuadro o una escultura o un atardecer, tampoco nos paramos a escuchar música que hable verdad ni nos paramos a descubrir la verdad de las personas o no tenemos el valor de desterrar aquella con cuyo mensaje no estamos de acuerdo y bailamos hipócritamente como personajes que no somos.
Sólo la belleza nos salva, y bello es aquello que saca lo bueno de nosotros, aquello que de manera instintiva sabemos que es verdad, nuestra verdad más íntima, quizás aquella que nunca pusimos en palabras.
Quien estuvo allí lo sabe: o la belleza o la nada.
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