A mis amigos me gusta enseñarlos. Mostrarlos como a un premio, el premio que me ha tocado sin merecerlo. Y lo digo de verdad, siempre me ha gustado que se conozcan entre ellos y que se quieran, que descubran en el otro la maravilla que yo veo. Para mí cada uno de ellos es un trozo de otro amor que nos trasciende, y me llenan el alma y por eso los comparto, para que le lleven a otros esa luz y puedan conocer el reflejo de Otro a través de ellos. Me encanta compartirlos, me parece egoísta que sólo yo los disfrute.
Hay gente que siente celos de que sus amigos vean a otros amigos y pasen tiempo juntos, confunden el amor con la posesión, no han entendido que toda nuestra vida es camino de unos hacia otros, que sólo nos encontramos a nosotros mismos si estamos siempre en camino, haciéndonos y haciendo a los demás. Qué pobres los pobres que pretenden guardar y no compartir, porque tampoco sabrán caminar hacia otros ni dejar que otros caminen hacia ellos. Raquíticos en la amistad y en el amor, no serán jamás felices y vivirán con el miedo a perder, a perder lo que nunca tuvieron.
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