Todos somos islas, independientes, solitarias hasta que alguien nos habita (aunque siempre habrá cargas que sólo nosotros podemos llevar). Pero somos islas flotantes.
Algunas de estas islas, de entre los tipos infinitos, sólo se hallan a sí mismas si orbitan en torno a otras islas, y además a otras islas afines a ellas. No conciben su vida o no están a gusto si no están entre islas que piensan como ellas muy en el fondo, para poder relajarse y ser ellas mismas.
Y luego están esas otras que flotan a la vanguardia y el resto las siguen, o quizás llegan nuevas a un archipiélago variopinto y es tan ella misma que siempre se encuentra a gusto, lleva su universo con ella y lo sabe contagiar en positivo, por eso ninguna isla deserta, porque están bien en sus aguas cálidas.
Estas últimas son las que cambian el mundo, aunque todas tienen algo bueno: terrenos que explorar, elementos extraños y preciosos, todas distintas y enriquecedoras, en todas se encuentra fruto, en todas excepto en unas: Aquellas que flotan demasiado y no tienen consistencia, que parecen ir a la deriva, son tan superficiales que apenas ven más allá del fin de semana, éstas se rodean de su propio archipiélago, todas movibles e inestables, no estarán ahí para siempre ni serán felices del todo.
Lo peor, sin duda, es que estas últimas no saben que pertenecen a esta especie, creen que han llegado a su propia plenitud cuando ni siquiera se han explorado a sí mismas ni han tenido interés en conocer otros territorios. Esas serán siempre los puntos negros de cualquier mapa, terreno peligroso y movedizo que deja poco espacio a la esperanza.
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