La velocidad a la que pasan los días da un vértigo de otro mundo. Como en la máquina del tiempo veo pasar los días fugaces a mi alrededor, como si no fuera yo quien los vive, casi difuminados, ajenos. Un lunes sigue a otro lunes sin saber muy bien cómo he llegado ahí, un martes a otro martes, como obviando las horas intermedias...y así de jueves a jueves y de domingo a domingo y vuelta a empezar con el lunes. Y en cambio ningún día es igual, cada uno trae gente nueva, sucesos extraordinarios de la vida de un colegio, los encuentros fuera del trabajo, la vida apasionante que compartimos con otros... pero eso no detiene el tiempo, y no puedo retenerlo, se escapa como arena entre las manos abiertas. Debe de haber algo más, la realidad me grita que debe de haber algo más que realidad y piedras y pieles, debe de haber algo más que me ancle a la eternidad, lo gritan mis huesos de hombre, algo que profundice hasta sacarle su último jugo a la realidad misma, algo que le de sentido a tanta velocidad y a tantos porcentajes y a tanta vaciedad que nos acaba.
Sólo hay que pararse, y lo difícil es pararse. El silencio lo grita, nos grita sin mentiras quiénes somos. Sólo hay que ver las señales que esperan despiertas a nuestro alrededor, gritando todas las respuestas.
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