Supongo que pasa siempre en algún momento que llega el día en el que tu manual estandarizado de lo que te enseñaron a vivir, de las reacciones que deberías tener, de lo que es mejor en cada caso, ya no sirve. No sirve nada de lo anterior porque de pronto llegan situaciones, personas, sentimientos, pensamientos... un dolor en definitiva, que no encaja con los patrones anteriores. No hay clave de actuación, ni salida clara ni solución específica. Todo es abstracto, dolorosamente abstracto. La incertidumbre lo abarca todo y también la ira y la pena. En ese manual de desconcierto, después de aprender que no sabemos nada, nos vemos en la obligación de ir reescribiendo los capítulos como salidos de un molde nuevo, y no sólo nuevo sino que debemos considerar la posibilidad de que no volvamos a usar ese molde en adelante porque ese dolor es único e irrepetible. Como mucho, quizás, podamos guardarlo en el almacén de la experiencia por si encontramos a alguien algún día recorriendo el mismo camino tortuoso, entonces nos daremos cuenta una vez más de que “el dolor nos desnuda hasta lo idéntico” y así quizás le veremos el sentido. Quizás para eso esté ahí, para hermanarnos a otros y sentir que nunca estamos solos del todo.
En cuanto a mí, cada capítulo escrito me lleva a una misma conclusión: “Tú y yo, lo demás no importa”. Es curioso cómo el dolor acaba justo donde empieza: en el amor, y el mío además se escribe con mayúsculas.
Como dicen unos versos de Jesús Beades:
GRITO DEL ENAMORADO
Que llueva. Que diluvie. Que se rían.
Que se desplome el mundo.
Que aparezca el dolor y su cortejo fúnebre.
Pero todo contigo, por favor,
pero todo contigo.
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