A veces, aunque nos empeñemos en que el amor es suficiente para sacar una relación adelante, el tiempo y el dolor te demuestran que no, que fuiste un iluso con una idea literaria del amor de pareja. Hablo aquí del amor, como de extraño sea, pero amor sano, no de las obsesiones que se ven cerca de ti y que llevan falsamente ese nombre.
Cuando hablo de amor hablo del desamor, porque por cómo es el olvido se puede saber cómo se ha amado. Hablo de cuando al romper una relación sientes que te han arrancado un brazo o los dos, de esa sensación de flotar en una realidad que parece un sueño y andar por la calle queriendo darle puñetazos a todos los imbéciles que sonríen, especialmente a los que le sonríen a su propio imbécil mientras le coge de la mano. Hablo de ese nudo en el estómago durante meses que no te deja comer ni dormir, de esa nube en la mente que te lleva en bucle a recordar cosas que sólo quieres olvidar, a no poder concentrarte en nada de lo útil que tienes que hacer para llevarte a la idea inútil de dónde estará o qué estará haciendo ahora, hablo de esa punzada en el corazón al pasar por las esquinas que llevan su nombre, por los lugares compartidos que se han extendido por toda la ciudad después de tantos años juntos, hablo de tener que llenar las frases que hablaban de él con otras palabras, con otros nombres que parecen forzados, hablo del dolor de pensar quién tendrá ahora nuestros hijos.
Hasta que un día su nombre llega solo, sin dolor, como una balsa sin su náufrago y entonces sabes que por fin puedes volver a renombrar las cosas, a crear nuevos recuerdos. Y te preguntas para qué tanta lucha, si sabes que es inútil. Sabes que detrás de tus palabras, tus ideas, tus actos incluso, siempre brilla la sombra de otro que no se irá nunca.
El único sentido de todo esto, piensas, es que salimos un poco más viejos y un poco más sabios: Ya hemos aprendido a amar un poco más, un poco mejor entrenados para la copa definitiva, listos para que el juego comience de nuevo en 3, 2, 1... Y de repente la vida te sorprende y ves que aquella ruptura fue lo mejor, porque sin la valentía de ser cobarde jamás habrías ganado.
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