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María Eugenia Reyes Lindo

CORAZÓN DE PIEDRA (13 de Agosto 2017)


En la vida de todo hombre hay un punto de inflexión. El único que de verdad importa: es sin duda el punto en el que se descubre el amor, el amor que duele, el único

posible. Cuando aún eres joven ... o menos joven, todos hemos podido tener la sensación

de no saber querer, de no removernos por nadie, de no dolernos por nadie, era como

tener un corazón de piedra aunque tuviéramos amigos e incluso algún@ novi@

pasajer@; todos recordamos la sensación de estar deseando amar.

Y de pronto un día llega alguien: la pareja, un amig@, y se nos caen las escamas del corazón, de repente es de carne y duele y el otro importa más que yo, me preocupa lo que le preocupa, quiero cuidarle a toda costa, lamento los años que no hemos estado en la vida del otro, en definitiva me voy haciendo el/la, me duele su dolor y eso da miedo porque por primera vez somos vulnerables, notamos que de alguna manera nuestra vida está en sus manos porque tiene el poder de hacernos daño.

Asusta ver cómo de un modo misterioso nuestra vida depende de esa otra persona y una vez que la ha tocado ya nunca será como antes aunque nos separemos para siempre. Y nos hace humanos, de repente noto que la vida pincha aquí dentro, que se han abierto los poros del alma y veo donde antes no veía, que miro a los demás con ojos más tiernos, más comprensivos, comprendo sus errores porque veo que soy capaz de cometerlos todos, que los voy cometiendo, un novato del amor.


Dicen los cristianos que aún más poder tiene el amor de Dios, que debe ser infinitamente más poderoso que todos los amores de la tierra juntos, que te ensancha el corazón para que quepan todos y uno va por la vida como un colegial enamorado dejándose doler por ellos, porque a poco que profundiza en la amistad con las personas el corazón se hace un poco más de carne y eres vulnerable no sólo para uno sino para muchos. Según dicen, para no perder el norte hay que saber que tod@s es@s son Suy@s y no nuestr@s, si uno ama a través del amor a Dios el ansia de controlar desaparece y el afán de posesión no existe, el amor se vuelve blanco, auténtico, porque se aprende que el otro no nos

pertenece y por tanto empezamos a querer sin esperar nada a cambio.


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