Nos hacemos una idea de lo que las cosas son, de cómo la gente es, por los datos que conocemos, por lo que creemos que sabemos de ellos. Pero si estuviésemos equivocados en uno solo de esos datos, en una de las caras del poliedro que somos, o no los conociéramos todos, la propia idea que tenemos de esa persona o situación sería falsa, una mera construcción mental. Por eso hay que andar con pies de plomo al juzgar lo que creemos que las cosas son y cómo creemos que son los demás.
Quizás por eso cuando pasamos la adolescencia empezamos a tener la sensación de estar descubriendo a nuestros padres, a esas personas con las que hemos pasado más tiempo, y descubrimos retales nuevos de su carácter que nos pillan por sorpresa, hasta llegar a pensar que nunca antes les habíamos conocido realmente.
Y cuando siempre hemos considerado fuerte a un@ amig@, a nuestros padres, a pesar de los defectos, de repente llega un día en que el dolor o la enfermedad les hace parecer débiles a nuestros ojos, como si se quebraran como una caña y no sabemos cómo reaccionar.
Su fragilidad nos da miedo, nos paraliza porque rompe la idea que me había forjado de esa persona, no nos vemos capaces de estar a la altura de sostener a quien me sostenía.
Cuando una amiga tiene depresión, cuando un amigo está atrapado por una adicción, cuando tus padres se vuelven hijos, indefensos, lentos, inmóviles...
Cuando les cambia la mirada y apenas si reconocemos la sombra de lo que eran. Entonces se rompe algo dentro de nosotros, como una crisálida, y en lugar de deshacernos, contra todo pronóstico sale otro yo nuevo, que me hace ser madre de mi amiga, padre de mi padre, abrazarle y mecerle en su enfermedad como hizo tantas veces conmigo.
El verdadero amor está en soportar tanto los defectos ajenos como su debilidad y su dolor. Sin sorprendernos, ni siquiera de los que más conocemos. Sería injusto, por miedo, quedarnos paralizados o salir huyendo. No les querríamos en su todo, sólo querríamos la imagen que teníamos de ellos y no lo que son en realidad. No entendemos el dolor, huimos de él a cualquier precio, pero misteriosamente la debilidad de aquellos a quienes más queremos nos hace necesariamente más fuertes.
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