Hay muchas veces que paramos en nuestra carrera de la vida a mirar a esa gente que tenemos alrededor y que son más o menos cercanas, que son satélites silenciosos a veces y no se preocupan por nuestro día a día pero tampoco están ausentes en la distancia, o quizás miramos con cariño a otras más ruidosas pero que, siendo honestos, no nos aportan nada profundo en nuestras vidas. El amor es algo tan peculiar y misterioso al mismo tiempo que podemos querer mucho a alguien sin saber por qué. Podemos llegar a querer con ternura a gente que sabemos que no daría nunca lo que nosotros damos por ella, gente que no está a la altura de nuestro estándar personal del amor, aquella que hasta nos sorprendemos de querer.
Muchas veces es porque queda un regusto del pasado, un reconocimiento a aquello que hubo, a lo que significó para mí, a lo que me aportó en aquel entonces quererte y que me quisieras ...pero hemos cambiado, o crecido y ahora nos sabe a poco, notamos la falta de interés o nos damos cuenta de aquello que la juventud nos impedía ver.
Sea como fuere les queremos por el pasado, con un amor melancólico pero que, sobre todo en la relación de amistad, se mira con ternura y sin hallar una razón del por qué aún hoy queremos a esas personas. Diría que es el pasado, de un modo u otro, lo que une a aquellos que no tienen otro motivo para quererse: la infancia compartida, las risas insustanciales, las meteduras de pata conjuntas o cualquier atisbo de cariño pasado puede ser un pegamento poderoso que desafía a la razón en el presente.
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